Aquí, honrar la muerte es darle sentido a la propia vida.
En septiembre de 1853 fue colocada la primera piedra del Panteón Municipal.
Ubicado en la falda del Cerro Trozado, el predio fue donado por "El Güero" Victoriano con
la condición de que el Panteón llevara el nombre de su madre. Sin embargo, el 5 de octubre
de ese año el Párroco de Marfil se opuso ante el Ayuntamiento, por hallarse dentro de su
Curato el terreno donde se ha comenzado a edificar, y manifestándose deferente a que la
obra continúe, siempre que su Parroquia goce de la mitad de los derechos de las inhumaciones.
El 8 de mayo de 1856, por gestiones del propio Ayuntamiento, el Obispo Munguía mandó modificar
los linderos de las Parroquias del centro y de Marfil para que el Panteón quedara comprendido en
el territorio de la primera.
El Panteón Municipal de Santa Paula fue inaugurado el 13 de marzo de 1861. Fue amurallado y ubicado en la orilla de la ciudad, de acuerdo con la vanguardia parisina de la época para construcciones funerarias y con el Decreto por el que se declara que cesa toda intervención del clero en los cementerios y camposantos, emitido el 31 de julio de 1859 por el Lic. Benito Juárez, entonces Presidente de la República. A finales de diciembre de ese año, al destruir el antiguo cementerio del Templo de San Roque se encontraron en él una multitud de osamentas que pertenecieron a las víctimas de la Toma de la Alhóndiga de Granaditas ocurrida el 28 de septiembre de 1810. Estos restos fueron conducidos al Panteón, y hubo la circunstancia curiosa de que entre las mandíbulas de una calavera se encontraron monedas por valor de tres reales y medio (Marmolejo, 1914).
Así pues, desde hace más de 150 años, vivos y muertos de múltiples generaciones y
de todos los extractos sociales de Guanajuato han transitado por el gran cancel
de hierro fundido (que alude a la transparencia entre la vida y la muerte) en
la entrada del Panteón Municipal de Santa Paula, para entregarle, cual ofrenda,
cuerpos áridos traídos por sus deudos. Los jarrones de piedra en la fachada han
alumbrado estas procesiones, y alumbrarán eternamente la espiritualidad y misticismo
del inseparable matrimonio entre la vida y la muerte, para el despertar de los vivos y
la honra de los muertos.
La palabra momia desciende del persa mum (cera), mummia (algo impregnado de cera),
y luego del árabe mumiya (sustancia usada para embalsamar). Momia se denomina a los
cadáveres de seres humanos, o de animales, que por circunstancias naturales o
mediante embalsamamiento se han mantenido en aceptable estado de conservación mucho
tiempo después de la muerte.
Existen regiones y lugares que por sus características de sequedad extrema, frialdad,
alcalinidad, aislamiento de la intemperie o de los microorganismos, causan que un cadáver
se momifique en lugar de que se degrade por completo, como sucede normalmente en casi
cualquier parte de la biósfera terrestre.
Sin embargo, la noción de momia más reconocida por el público, es la de un cadáver embalsamado o preparado con la intención específica de conservarlo el mayor tiempo posible, usualmente por razones religiosas. No es una coincidencia que sea así, pues los cadáveres muy rara vez se mantienen incorruptos por sí solos, debido a que las condiciones para su conservación natural son fortuitas y escasas. Las momias de Guanajuato son naturales, ya que no pasaron por un proceso de conservación o embalsamiento y su estado de momificación se explica por la inexistencia de intercambio de oxígeno y humedad con el exterior de las gavetas.